Sin duda la mayor diferencia entre cómo comemos y cómo comían nuestros antepasados es el tiempo y el esfuerzo que tenemos que dedicar a dicho trabajo. Entre la omnipresencia de cadenas “fast-food” y la proliferación de comidas procesadas con fechas de caducidad que llegan hasta la década que viene, tenemos la una comodidad en que podemos vivir nuestras vidas haciendo pequeñas
“Venga, vale, me tomo otro,” le digo al camarero cojo de tres piños. Era un día de lluvia y llevábamos una hora amparados debajo de un toldo, con vistas al Mediterráneo, abrigados como esquimales. Ya se me estaban subiendo los dos vermuts anteriores, pero como estaba de puente con amigos, me permití el capricho.
Me considero un aficionado de la alta cocina, aunque admito que soy más de verla en la tele que probarla por unas lamentables restricciones presupuestarias. Siempre me dejan impresionado los chefs que convierten la humilde
Hace unas semanas hice planes del último minuto para quedar con un amigo. Saliendo del trabajo me dio por escribirle y proponerle unas cañas y a lo mejor unas ricas tapas (menuda novedad, no?). Fue una serie de eventos completamente banal que sólo tiene importancia por su aparente carencia de la misma.