Extras

Diego no se dio cuenta el primer año, ni el siguiente, ni siquiera el penúltimo. Quizá alguna cara le resultaba familiar, algún gesto o los colores de los accesorios playeros. Se decía que era normal; los últimos tres años habían veraneado en el mismo pueblo costero. Estas vacaciones, Lidia decidió cambiar de destino y, mientras esperaban a que el semáforo virara a verde para cruzar, Diego reconoció a la niña y después al señor del sombrero y la silla… faltaban algunos, pero sin duda todos los que esperaban con ese aire casual eran los mismos de los años anteriores. Los miró de uno en uno, hasta saludó cuando se cruzaron. Solo obtuvo indiferencia, a lo sumo miradas apresuradas de soslayo.

Una vez en la playa, se lo comentó a Lidia mientras untaba su espalda con la crema solar. Qué tonterías dices, amor, ¿cómo van a ser los mismos? ¿De verdad crees que hay un grupo de personas que nos siguen de playa en playa?

Se quedó callado, luego insistió. Es que son idénticos, fíjate mañana. Lidia, sonrió, a mí me parecen todos iguales, no me dedico a mirar a la gente detenidamente. Seguro que a ellos les recordamos a otros veraneantes.

A la mañana siguiente allí estaban, esta vez coincidieron en la playa. La niña jugaba en la arena y el anciano leía el Marca sentado en la silla. Incluso vio a la extraña mujer de pelo negro que no estaba el día anterior. Diego los señaló sin disimulo, Lidia avergonzada le obligó a bajar el dedo acusador, te estás obsesionando, le dijo. A su lado, otra pareja parecía discutir. Ella se había dado cuenta también y él lo negaba. Diego y la joven se miraron brevemente, compartiendo por un instante la comprensión total. Después contemplaron la playa, la inmensa y vacía playa.

 

firma-rosanaRosana Alonso
Nació, creció,
se reprodujo y…

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