Todas las mañanas se miran, cada uno desde su lado del espejo. Sacan la lengua, se lavan los dientes, se afeitan, los días pares, y se peinan. Luego se observan durante unos minutos, se acercan casi hasta rozarse, se alejan, se dan la espalda y se marchan convencidos de que
Mi homenaje al Día internacional contra la violencia de género
Una Dama no camina sola, una Dama vestirá con decoro, una Dama se comporta, una Dama no elige ni se insinúa, una Dama mantiene intacta su honra, aunque la llamen calientapollas; mejor eso que zorra. Si la Dama dice no porque dice no si dice sí porque dice sí, por eso mejor callarse, una Dama debe cerrar la boca cuando conviene y abrirla cuando es necesario.
La música sigue, incluso cuando ha terminado el tema, la música sigue su camino. Llega hasta rincones insospechados, se cuela por cualquier orificio, no sólo el más obvio, las orejas. La vibración puede entrar por la nariz y las notas se respiran, también por los ojos sin que nos demos cuenta y proyecta imágenes en nuestra mente; y por la boca, a veces casi sin digerir.
“Ahora que sólo dispongo de un ojo veo más que antes…”, eso decía entonces con un sonrisa torcida, pero desde hace tiempo siente el ojo removerse, como si no hubiera hueco, como si el cerebro recibiera datos, como si una nueva sensibilidad le hubiera nacido. Y el ojo bueno se revuelve porque se había acostumbrado a ver esa realidad rancia hecha de miedos, esa realidad a medias, que muestra sólo un lado.
v=e/t
Cuando murió mi hermano, yo tenía nueve años y él catorce. Murió de una forma impropia de su juventud. Rápida sí, una vez establecido el diagnóstico, pero desde el año anterior se había ido apagando, como si por un agujerito microscópico se le escapara la vida. Una tarde de agosto se lo llevaron al hospital y ya no salió de allí. Recuerdo que ese año el otoño vino muy pronto, que apenas veía a mis padres y que al salir del colegio comía en casa de mi tía y luego me recogía mi abuela. Apenas le vi dos veces antes de morir, y lo único que se me ocurría decirle en esos momentos era que podía chincharme todo lo que quisiera porque no me iba a chivar, sin embargo ya no le apetecía hacerlo.
El hombre parece dormir, totalmente entregado. Quizá la pose parezca sobreactuada, pero ha de buscarse el efecto deseado en el transeúnte. Hay algo hogareño en el conjunto. Como si estuviera en su habitación, con la luz de la mesilla encendida, las zapatillas debajo de la cama, el torso desnudo propio de una noche calurosa de agosto.
Lo planearon al detalle. Nada podía fallar. Cómo sospechar de una mujer de la tercera edad y de su encantadora hija. Él les esperaría al volante en una calle algo alejada del banco. “Ya me ocupo del coche, no os preocupéis”.
El artista observa la pintura, mira el lienzo con los ojos entrecerrados. Le ha llevado varias horas terminarlo y piensa que el resultado alivia esas ojeras oscuras y profundas.
El cuadro muestra un paisaje urbano, un fragmento de una calle de una ciudad cualquiera y al fondo un parque con una fuente, bancos y una zona infantil. Le tranquiliza contemplarlo, le gusta imaginar la vida de sus habitantes.
Todos los que se tapan la cabeza son musulmanes
Todos los musulmanes son terroristas
Todos los que se tapan la cabeza son terroristas
La familia del piso de al lado es terrorista