Purple Weekend: Más allá de los mods y las sopas de ajo

No sé qué tiene el Purple Weekend que todos los años, haga más o menos de cero grados, conozca a más o menos grupos, migro a León con la certeza de que el jolgorio me espera por sus calles. Buena culpa de ello la tiene el Pietro Picudo y la sopa de ajo; aunque el mayor reclamo es el ambiente que año tras año ofrece el festival Purple Weekend, siempre viviendo en la era pop, viajando en Lambrettas y revestidos a la moda londinense de los años sesenta. Aquí hay muchos tópicos y mucho de lo que define al festival, pero si hay algo que año tras año demuestra el Purple es que su programación y su público van bastante más allá de los flequillos y las parcas.

 

 

Debido a la experiencia de años atrás, para el Purple de este 2017 me prometí un poco de mesura en los tiempos. Cuatro días de festival pueden ser duros si no hay un poco de sentidiño, como dicen por mi tierra. No obstante, el ansia de la llegada hizo que entre soltar la maleta y estar al pie del Espacio Vías apenas pasara tiempo. El primer grupo que pudimos disfrutar fue The Salamanders. Esta banda autóctona consiguió ponernos ‘modo festi’ en pocos minutos gracias a la contundencia de su repertorio. De alguna forma, fue el preámbulo de la calidad de las bandas patrias durante esta edición.

Del Espacio Vías nos fuimos de paseo por el casco antiguo para disfrutar de los placeres leoneses de primera mano. Por sus calles, se respira una mezcolanza de los lugareños con gentes en busca de lotería y otros jóvenes sin edad con sus pulseras festivaleras. Mueran las tiendas de campaña y el calor veraniego. Aquí se reparte vino y picante a ritmo de Small Faces. No podría ser de otra manera. El Purple Weekend también es lo que pasa en el Mongogo o el Gran Café entre horas, así como las tabernas atestadas que inundan el Húmedo.

Como es tradición en los últimos años, los conciertos de la noche del primer día fueron en el Studio 54. Allí pudimos gozarla con los siempre brillantes The Allnighters y Nikki Corvette & The Romeos. La banda de Euskadi abrió la noche dando buena muestra de lo que define el Rhythm ‘n’ Blues. Igu y los suyos salieron a morder y sonaron increíbles con la compañía de metales para la ocasión. Tras ellos, Nikki Corvette ofreció un concierto divertido en el que primó la fiesta a la música en sí misma. Eso sí, no hay como un público dispuesto al jolgorio en una sala que se llenó para cerrar la primera jornada grande bien sudados y bailados.

 

 

El segundo día tuvimos el primer choque de realidad. Los conciertos de las 15 en el Gran Café siempre se llenan, y más te vale ir con tiempo. Nosotros no conseguimos entrar ninguno de los días. Demasiado público con ganas de bailar y muchos bares poniéndonos la zancadilla de camino… En fin, por suerte hay conciertos por doquier y entre todos, los del Espacio Vías siempre brillan. EL día comenzó con la energía de Psychotic Youth, banda noruega nacida en los ochenta con el sonido punk por bandera. Bien de mala leche. Sin embargo, tras ellos, llegaba ‘El solitario’, ‘El casanova’, el misterioso y siempre sorprendente Tito Ramírez. Ya conocía las artes del Tito y su banda, pero es un gusto ver como no para de crecer su leyenda. Poco le hizo falta para meterse en el bolsillo al respetable del festival a base de show y mucho rocanrol.

Por la noche nos saltamos algunos vinos para no perdernos a los Frowning Clouds. Siempre es complicado llegar al primer concierto del pabellón. Vino o música suele ser el dilema. Por suerte para nuestras orejas, esta vez venció la música. La banda australiana desplegó su repertorio cargado de psicodelia de la buena. Ese talento que desprenden, unido a su juventud, consiguieron que la audiencia viviera una buena experiencia lisérgica sin necesidad de más estímulos que sus melodías —al menos, buena parte de ella—.

Tras ellos, saltaron The Event, banda mod ochentera proveniente de la costa Oeste norteamericana que consiguieron congregar una buena recua de fans en las primeras filas para rememorar tiempos de juventud y melenas al viento. Para rematar el crecimiento exponencial de la edad sobre el escenario, saltaron Lime Spiders bien de punk, bien de birras. El que era uno de los grandes nombres del festival vino a confirmar una realidad: con las viejas glorias a veces se gana, y otras no.

 

 

El sábado amaneció para confirmarnos que este año, aunque un poco de lluvia, tampoco ha sido de los más fríos. También nos quedó claro que el truco de beber vino y comer a la vez ayuda a paliar el uso del ibuprofeno. Sin embargo, toda esta sabiduría no nos ayudó para llegar a The Living Eyes, banda australiana de la que solo pudimos oír buenas palabras al llegar al Espacio Vías. Por suerte, lo que venía después era mandanga conocida y jugosa. Los Imperial Surfers nos dieron bien de lo suyo. Jolgorio asegurado, siempre.

Para cerrar esta edición, el Purple Weekend supo guardarse las mejores balas para el final. No me extrañó encontrar el pabellón bastante lleno cuando Roman and The Rosarys daban sus últimos guitarrazos. Para cuando terminó su show, todo el mundo estaba dispuesto para el mejor concierto de este año en mi opinión. The Mystery Lights salieron con el cuchillo entre los dientes. La banda neoyorquina desplegó un repertorio no apto para gente sin sangre, en el que brilló su cantante principal cual saltimbanqui desquiciado. Eso sí, toda esa actitud respaldada por una calidad musical de altura con reminiscencias velvetianas unidas al mejor garage de antaño. Una gozada.

Ya solo quedaba el broche final, y que mejor nombre que el de Redd Kross para rematar el asunto. La mítica banda de power pop ofreció un concierto de altura en el que el público terminó de desmelenarse. Sin duda, hay bandas por las que el tiempo no pasa. Redd Kross dieron identidad a la palabra ‘calidad’. Un cierre perfecto. Con ellos terminó un Purple Weekend más y ya van veintinueve. No sé qué pasará de aquí a un año, pero estoy seguro de que cualquier excusa me valdrá para acabar en León una vez más. ¡Larga vida al Purple!

 

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Sergio Alarcón
Y ahora si quieren bailar,
busquen otro timbalero.

 

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