Sensaciones sobre la Bossa Nova.

Lo sé. Soltar ‘sensaciones’ y ‘Bossa Nova’ en un título puede ser el preámbulo de un torrente de pedantería sin parangón, pero nada más lejos de la realidad. Tenía la idea de escribir algo sobre el tema, pero a medida que le daba vueltas caí en un par de cuestiones: la primera, hablar del disco más representativo del género, Getz/Gilberto, era dejar varios asuntos interesantes al margen, sin contar las decenas de referencias que existen sobre éste; y la segunda, no soy ningún experto del estilo, por lo que abordarlo de una manera ‘profunda’ sí que sería caer en la trampa de las habladurías estilo ‘meneo mi copa de tinto mientras sentencio doctamente sobre la dulzura de la guitarra brasileira’.

Por todo ello, prefiero hablar de sensaciones y así poder profundizar en la magia de la Bossa Nova sin ir de cultureta de extrarradio. Sensaciones como la que me sobrevino el otro día caminando por Madrid, disfrutando de esta primavera insólita y que de algún modo fue el preámbulo a estas líneas. De pronto pensé: «Es verdad que si estás cocinando unos espaguetis con tomate con algo de Bossa de fondo, te sientes con más ‘clase’ automáticamente». Es una tontería muy absurda y bastante tópica. Todo el mundo se ha sentido más ‘cool’ planchando mientras sonaba alguna tonada con ‘clase’. Sin duda, casi cualquier canción de Bossa tiene este efecto en la rutina diaria—supongo que dicho efecto tendrá sus límites—.

 

 

Pero más allá de este tipo de generalidades quiero intentar exponer lo que la Bossa Nova es capaz de despertar en mí. Es verdad que mis conocimientos son muy limitados. Con la Bossa me pasa como con el Reggae: para mí, Tom Jobim y João Gilberto son lo que Bob Marley al Reggae; sí, he escuchado y conozco más nombres, pero son secundarios al lado de los primeros. Sé que quizás me pierda alguna genialidad por el camino, pero siempre he preferido ‘picotear’ a hartarme de cualquier rama musical; de hecho, esto me lleva al principio de mi relación con la música brasileña.

Tendría unos cinco o seis años, y por casa había un pack de cassettes que venían en una especie de carcasa grande, como de cinta de vídeo. Recuerdo disfrutar sobre todo quitando y poniendo las cintas en dicha funda como si de un puzzle se tratara, pero bueno, supongo que un día puse una cinta, la número uno; y de aquella cinta recuerdo que solo escuchaba la primera canción, como si aquella fuese lo suficiente buena como para ignorar el resto. Aquella canción era la comúnmente conocida como ‘La lambada’. Ahí comenzó mi visión mitológica de Brasil, aquella música unida a muchas fotos antiguas de familiares que emigraron en los años sesenta fueron creando imágenes inventadas en mi cabeza de la cultura brasileña.

Y así pasaron los años hasta que el rumor de la Bossa me empezó a rondar. Ya había escuchado ‘Garota de Ipanema’ o al menos la conocía como casi cualquier ser humano, pero cuando tienes dieciséis estás más a Nirvana que a Tom Jobim. Ignoré durante años una copia del disco ‘Getz/Gilberto’ con esa portada tan apropiada y reconocible, pero ese sonido junto a mi imaginación siguieron creando imágenes. Alguien me contó que la Bossa Nova se inventó en algún piso de Río de Janeiro durante las noches, cuando seguía habiendo gente con ganas de cantar y sambar pero el exceso de ruido era siempre un problema.

 

No sé cuánto de verdad tiene esta historia, que en mi cabeza se daba en un piso de paredes naranjas y sofás marrones, todo con ese estilo moderno que ahora nos parece trasnochado; quizás un piso diez u once de Río y una guitarra tocando ‘Chega de Saudade’, ‘Samba de uma nota so’ o ‘Corcovado’ mientras por la ventana entraba la brisa marina. Ideas románticas a parte, es curioso pensar que la Bossa Nova surgió de las mentes de cuatro o cinco personas en pequeñas reuniones para, en cuestión de unos pocos años, convertirse en el sonido más reconocible proveniente de Brasil.

Fue entonces cuando se crearon los mitos: Tom Jobim, quien fue capaz de ver en Debussy o Chopin una inspiración para mezclar con el jazz y la samba; Vinicius de Moraes, quien habló de amor y desamor a ritmo de samba y carnaval; y a João Gilberto, su guitarra y voz, que interpretaron su música y la de otros grandes nombres como Luis Bonfá o Dorival Caymmi como nadie más. La Bossa Nova gozó de gran reconocimiento mundial durante los primeros años sesenta para ir diluyéndose en nuevas corrientes como el tropicalismo, pero su germen permanece en artistas de todas las nacionalidades hasta nuestros días.

Finalmente, un día sucede. En tu camino se cruza alguna obra como ‘Doralice’ o ‘Manha de Carnaval’ y descubres la magia que había estado oculta a tus oídos. A partir de ahí, poco se puede hacer. Como suele ocurrir, cada uno descubre ese ‘algo’ que se esconde tras una canción a su debido tiempo, o no lo descubre nunca porque el viento le lleva por otro sitio. Sea como fuere, a mí me invadió hace tiempo aunque no recuerde el cómo ni el cuándo; desde entonces, he ido y venido por esas melodías siempre tan evocadoras y tropicales, descubriendo nuevas maravillas con el paso de los años. Estos últimos días he vuelto una vez más a estas músicas —como dicen por allí— mientras las tardes morían por mi ventana, y ese Brasil mitológico flotaba a través de la voz de Gilberto. Y nada más, aquí no hay final: siempre queda esa sensación de tranquilidad y ensoñación que volverá a repetirse cada vez que suenen esas melodías.

 

Open in Spotify


 

firma-sergio
Sergio Alarcón
Y ahora si quieren bailar,
busquen otro timbalero.

Tal vez también te interese

Deja un comentario