Tachenko: nostalgia amateur en El Sol

Hay realidades que uno se va encontrando a medida que va cumpliendo años. Sea del tipo emanciparse, casarse y procrear, o si no, en la línea de engordar, perder pelo y seguir buscando un lugar en el mundo. Cuando el jueves pasado acudimos a la Sala Sol a ver a Tachenko no sabía que una de estas realidades iba a encontrarme a medida que los maños iban desplegando su cancionero.

El Sol presentaba bastante buen aspecto cuando llegamos —tarde, por culpa de una pseudo torta del Casar que hizo las veces de cena rápida—. Por suerte, descubrimos que solo nos habíamos perdido la primera canción. El público lo conformaban personas entre los treinta y tantos y los cuasi cincuenta que durante los primeros compases estaban más pendientes de ponerse al día con el de al lado que de las melodías de Tachenko. Supongo que este hecho es otra de esas realidades que venimos arrastrando por el mundo decenio tras decenio, pero bueno, cada uno vive los conciertos a su manera.

 

Sergio Vinadé

 

No obstante, los propios miembros de la banda daban una sensación misericordiosa cada vez que presentaban las primeras canciones de la noche, mayormente de su último trabajo. Este aspecto fue desapareciendo a medida que el nuevo material daba paso a la mandanga vieja y buena. En ese momento, fui consciente de una nueva realidad. Tachenko, al igual que otros muchos grupos de su generación, no dan conciertos con ánimo de arrastrar a las masas y alcanzar el éxito entre la juventud. Solo había que mirar alrededor para darse cuenta que los otrora flequillos habían cedido el espacio a frentes límpidas y que las gafas de pasta no volverán a ser atrezzo, si no necesidad vital.

Eso sí, a medida que avanzaba el repertorio, esta realidad no molestaba a nadie, todo lo contrario. Todo el mundo acabó cayendo rendido a los himnos tachenkianos que empezaron a sucederse uno tras otro durante la hora y media de pop guitarrero old school que duró el show. Se dejaron esa pieza atemporal llamada ‘Amable’ para el penúltimo compás. Para entonces, fui consciente de una realidad nunca antes percibida: la nueva nostalgia. Todo el mundo añora a Nacha Pop, Nino Bravo o Jeanette, pero el tiempo pasa, y conciertos como el de Tachenko en El Sol, ponen de manifiesto que una nueva nostalgia es necesaria.

 

 

Hubo un tiempo en el que la chavalería se dejaba la garganta por media Malasaña al son de himnos poperos que reinaban entre los veinteañeros más modernos. Para los que rondábamos por las calles de Madrid, Popland era La Meca y el Tupperware el Vaticano; Amelie, Teresa de Calcuta y Jota el Mesías. Ahora que el Trap todo lo okupa, cualquier tiempo pasado — y popero— nos parece mejor.

 

firma-sergio
Sergio Alarcón
Y ahora si quieren bailar,
busquen otro timbalero.

Tal vez también te interese

Deja un comentario