
The Limiñanas – El ritmo del millón de dólares
Aviso: esto no es una simple crónica del concierto de The Limiñanas. No sé si es el cambio de estación, pero narrar sin más lo acontecido la noche del pasado viernes en el Teatro Barceló se me antoja un poco anodino. Para empezar, diré que jamás había escuchado a la banda francesa. Podía haber hecho los deberes y escucharme su música en cualquier plataforma digital bienintencionada de las que tenemos al alcance de un click en estos días, pero decidí ir a ciegas. Quería ver qué me encontraba. Lo poco que leí sobre ellos antes del concierto hablaba de reminiscencias garajeras, pero también de la chanson. La cosa prometía.
Allí acudí con mi compañero de aventuras Víctor laphille y su cámara. La sala aún estaba por recibir a buena parte de la audiencia que acabo por dar un aspecto muy saludable a la otrora discoteca Pachá. Lo primero que me llama la atención, antes de que comience el concierto, es la disposición de los cachibaches en el escenario. La batería en el centro y al frente; detrás de ésta, guitarras y teclados que parecen salidos de una tienda de juguetes; al lado más teclados y en general, guitarras por doquier. Salta la banda al escenario y todos lucen galas oscuras y calzado puntiagudo ¿todos? Miento, además sale un tipo misterioso con un traje turquesa digno de Bryan Ferry que se sienta en una silla al fondo del escenario, por encima de todo el mundo: es el espectador de los espectadores.
Comienza el show y desde el primer compás, The Limiñanas demuestran que lo suyo es la contundencia sin medianías. El sonido crudo del guitarreo sigue los ritmos primitivos de la batería, que se basa en bombo-caja y un timbal base, ni platos ni nada. Se van sucediendo algunas canciones y empiezan a venirme nombres a la cabeza: Kinks, Stooges, Velvet Underground que parecen obvios en sus influencias, pero también The Monks, Serge Gainsbourg, The Jesus and Mary Chain, PJ Harvey o Black Rebel Motorcycle Club. No cabe duda que el grupo francés sabe a lo que juega, y la gente juega al juego que el grupo sabe que juega que la gente juega.
Hacia la mitad del concierto la audiencia está totalmente suelta y los bailes se suceden canción tras canción que a mí, empiezan a parecérseme unas a otras. Me evado un poco y me acuerdo del ritmo del millón de dólares que la batería de The Limiñanas practica en buena parte de los temas. El concepto me llegó hace tiempo por mi amigo Miguel y se basa en llevar el bombo y la caja al unísono con leves adornos. Con ese ritmo no puedes perder y la señora baterista lo sabe. Por lo demás, pura energía encabezada por el tipo misterioso –que alterna canciones sentado con otras en plan gogó malasañero– que parece la punta de una pirámide surrealista al que siguen el resto de la banda, destacando el músico de los instrumentos de juguete y que en muchas canciones susurra y baila abrazado a su guitarra.
Suenan los primeros versos de ese himno sesentero llamado Gloria de Them, el final se acerca y la gente parece contenta con el concierto ofrecido por la banda gala. El tipo misterioso es el espejo del sudor y desfogue generalizado por la energía de The Limiñanas. Víctor empaca su cámara. Terminamos nuestro refrigerio mientras planeamos cenar Ramen. En Madrid chispea, pero no llueve. Todo el mundo que sale del Teatro Barceló lo hace acalorado y con una sonrisa.

Y ahora si quieren bailar,