La idea fue de Elena, aunque no recuerdo el día exacto. Creo que fue tras salir de ver a Fogbound, mientras hablábamos junto a Víctor de los próximos conciertos que nos gustaría cubrir. Ahí surgió la posibilidad de llevar a cabo esta ‘metacrónica’ a tres bandas. A la vez que Víctor sacase su cámara a pasear y Elena sus pinceles a volar, yo me ocuparía de la palabrería; aunque claro, con la peculiaridad de que todo lo que escribiese sería a partir de mi experiencia desde el escenario y sus aledaños. El jueves pasado la Sala el Sol se llenó hasta los topes para el concierto de The Limboos y todavía no sé muy bien cómo sentirme.

Tras semanas de preparativos, ensayos y promoción, la gran duda que rondaba a los Limboos era si finalmente se llenaría el Sol. A favor estaba el hecho de tener nuestro segundo disco ‘Limbootica!’ aún calentito y un gran apoyo de amigos y medios; en contra, que era un jueves en medio de mil conciertos con motivos de la fiesta de San Isidro, además de la coincidencia con el Surforama y la despedida de nuestros amigos de Wau y los Arrrghs. Finalmente, unas horas antes del show, nos enteramos del Sold Out.
Entre la prueba de sonido y alguna entrevista, casi llegó la hora del concierto. Los camerinos de la Sala Sol, con sus paredes llenas de historia en forma de pegatinas y pintadas de un millón de grupos, se convirtieron en nuestra pequeña cueva aislada de lo que sucedía sobre nuestras cabezas. No sé si ese fue el motivo, pero desde antes de salir al escenario perdí un poco el sentido del tiempo. De esto aún tardé en darme cuenta. Así, sin más, subimos las escaleras para saltar al escenario y comenzar con el rumbeo.
Salir y ver cabezas a izquierda y derecha gracias a esa forma de ‘L’ que tiene el Sol, fue como una panorámica de felicidad y emoción, aunque también fue en buena parte responsable de que me subiera a una extraña nube sin darme cuenta. Esto, así dicho, suena a palabrería barata de artistucho, pero os juro que no me enteré del concierto. Es decir, lo gocé y al mismo tiempo pasó sin que me diera tiempo a disfrutarlo lo suficiente.
Por las primeras filas asomaban caras conocidas —que siempre procuro evitar para no irme por peteneras con las maracas o el instrumento en cuestión— y sin mediar palabra empezamos por ‘Keep your hands off my pocket’ y ‘What I’m sayin», ambas canciones del primer disco. Lo de elegir el orden de las canciones de un concierto es algo así como aquello que decía John Cusack en ‘High Fidelity’, hay que empezar con energía, pero sabiendo que habrá un momento en el que hay que bajar la intensidad sin perder el ritmo. Hacer un set list es más difícil que grabar un disco, creedme.

The Limboos
En la tercera canción, ‘Early in the morning’, Jordi Casas se unió al sarao con sus congas. Era la segunda vez que tocaba con nosotros y tener a tus espaldas tan magno músico, con tanta sabrosura, fue un motivo más para el disfrute generalizado. A partir de aquí, fuimos desgranando el repertorio de nuestros dos discos ante todas esas cabezas que pasaron de ligeros movimientos a puro éxtasis. No quiero olvidarme de la aportación de Martín García durante el concierto. Se subió con su saxo tenor para partir la pana en ‘Walkin my way’—canción que también grabó, aún por publicar—. Me dio pena que solo tocase una canción. Cuando alguien con el talento y el gusto de Martín se sube al escenario, cuesta dejar que se baje.
Durante el show también hubo tiempo para los ‘malabarismos’ musicales. Esos momentos que pasan desapercibidos para la mayoría, pero que el músico en cuestión pasa un ratín nervioso. A mí se me enganchó un cable con un altavoz, lo cual limitó mis movimientos a lo largo de una canción a ‘un pasito pa’lante, un pasito pa’trás’; más tarde, la elegida fue Daniela, que tuvo algún problemilla con la caja. Aún así, esto no afectó en absoluto a la sensación general del concierto, cuyo final se iba acercando a una velocidad de vértigo para mi percepción distorsionada, al tiempo que de esas cabezas móviles iban surgiendo extremidades cuya agitación iba en aumento tras cada canción.
Estaba pensando como continuar con este experimento cronicoso y la verdad es que todo lo que me viene sería pura verborrea efectista —Y sí, sonó el manisero para los más curiosos—. El concierto fue una gozada, terminó y la sala se vació mucho antes de que volviera a poner los pies en el suelo. Por supuesto, no pude agradecer a la mayoría de amigos que vinieron a una noche que nunca olvidaremos. Quizás penséis que solo es un concierto y que la Sala Sol tampoco es La Riviera. Como tantas cosas en la vida, no es fácil ponerse a medir al peso todo el trabajo y el cariño que hemos puesto hasta poder sentirnos orgullosos por una noche como la del pasado jueves. Siento si he concretado poco, supongo que, inconscientemente, prefiero que vengáis al próximo concierto de Los Limboos a que leáis las sensaciones de un escribidor aficionado.
busquen otro timbalero.